Caminaba como lo hacen los seres que se saben apetecidos,
deseados. Se contorneaba con total descaro ante la vista de todos los hombres
que pasaban por aquella calle (húmeda por la reciente lluvia). Algunos tipos le
gritaban obscenidades. Esto, en vez de molestarle, le producía placer y lo
demostraba con esas sonrisas de superioridad de las mujeres hermosas, esas
sonrisas de satisfacción que nacen a pesar del esfuerzo por evitarlas. Este
tipo de damas saben que acaparan la atención de los hombres y la envidia de las
demás féminas.
Ella usaba una blusa negra de licra, el escote generosamente
abierto, la diminuta falda azul grisáceo, unos zapatos de tacón tan altos como
la torre Eiffel, y una cartera pequeña de cuero color negro en su hombro.
Movía su culo mientras transita la ciudad maldita, con el
brazo izquierdo levantado y la mano caída, no miraba a nadie. Yo que era un
imberbe en esos días, incapaz de hablarle a una mujer y peor a una tan
despampanante como aquella, la contemplé paralizado. Pasó ante mí y pude oler
lo que me pareció el dulce aroma de la lujuria.
Era como una agente de tránsito. Detenía a todo aquel que
pasaba cerca de ella, incluso a los que venían en la otra acera. Yo la miraba
alejarse entre triste y extasiado, ya que sería el recuerdo y alimento de mi
imaginación por la noche cuando estuviera solo en mi cuarto, pero quería ver
más y ¡oh Dios! Bendito viento que sopló tan fuerte en ese instante que le
levantó la falda y pude ver su exquisita tanga roja, metiéndose a duras penas y
entre empujones en aquellas nalgas grandiosas, firmes, redondas, color canela.
Es poco decir que esa noche fue una de las más hermosas,
largas y fructíferas de toda mi adolescencia.
Fernando Betanco
Petición de adolescente inquisitivo concedida.Gracias Eolo¡¡¡¡
ResponderEliminarRecién conozco tu blog y me parece interesante.
Un abrazo.
Muchas gracia por tu visita The Shadows.
ResponderEliminar¡Abrazos!