La playa fue testigo de sus besos,
de las manos desesperadas queriendo abarcar
el cuerpo del otro, del sudor, de los gemidos de placer. Las gotas de
agua en la piel de los amantes brillaban como si fueran diamantes cubriendo a dos
ángeles. Tomaron sus cuerpos violentamente, se hicieron uno, mordiéndose los
labios, la carne, arañándose como si quisieran dejar marcas de propiedad, como
si quisieran marcar territorio. Después se calmo el ardor de sus caderas pero
no por eso menguo la pasión, cada movimiento si bien es cierto ya no tenía la
violencia de antes, mantenía las ganas y las exhalaciones que presagiaban que
pronto explotaría y temblaría su mundo.
Ella estaba encima de él cuando
todo acabo, los escalofríos fueron lo más delicioso que habían experimentado en
sus vidas. Pero estaban seguros que este era el inicio de una nueva era de
felicidad. Habían huido y se sentían seguros, confiados que el mañana todo
seguiría igual. Los cuerpos perfectos dormían ahora bajo el radiante sol que
les quemaba la piel.
Era un día hermoso, una mañana
hermosa, todo parecía exhalar felicidad, el cielo azul, las tranquilas olas del
mar…todo parecía felicidad…
El hombre gordo salió de entre los
arbustos, ridículamente vestido con traje y corbata, su rostro pálido estaba
ahora enrojecido por la furia, no supo cómo ni por qué se contuvo y no salió
antes, en sus manos llevaba una escopeta. Pensó en el hermoso rostro de la mujer que ya
nunca más sonreiría, pensó en sus firmes pechos que ya nunca volvería a tocar.
Suspiro hondo, escupió en la arena, lo dudo una centésima de segundo, pero se
decidió y casi sin saberlo les disparo en la cabeza. Dos disparos a cada uno
tan rápido que ni siquiera pudieron reaccionar.
Luego se sentó en la blanca arena,
observo el mar inmenso durante horas, sin poder pensar en nada. Ni siquiera lo
hizo cuando se coloco la escopeta en la boca y apretó el gatillo.