miércoles, 19 de febrero de 2014

Nunca más...


Nunca más veré tu rostro,
nunca más sabré de tus locuras.

Me dirás que no te quería,
me dirás que nunca te tuve en el corazón,
sólo diré que de mi corazón nunca te fuiste.

Cómo deseo haber estado más tiempo contigo,
es la excusa de siempre,
ahora que tus ojos se han cerrado para siempre,
es fácil sentirse culpable...

Nunca te olvide realmente...
pero ya nunca más te veré...

¿Cuándo fue tu última sonrisa?, y
¿cuándo fue la última vez que
escuchaste mi nombre?

Solo sé que tu sangre baño el piso
violentamente, y que tus
años ya no crecerán, nunca más.

Dedicado a  A. A. A. V. (Q.D.D.G)

Fernando Betanco

domingo, 2 de febrero de 2014

Sexo en la playa



La playa fue testigo de sus besos, de las manos desesperadas queriendo abarcar  el cuerpo del otro, del sudor, de los gemidos de placer. Las gotas de agua en la piel de los amantes brillaban como si fueran diamantes cubriendo a dos ángeles. Tomaron sus cuerpos violentamente, se hicieron uno, mordiéndose los labios, la carne, arañándose como si quisieran dejar marcas de propiedad, como si quisieran marcar territorio. Después se calmo el ardor de sus caderas pero no por eso menguo la pasión, cada movimiento si bien es cierto ya no tenía la violencia de antes, mantenía las ganas y las exhalaciones que presagiaban que pronto explotaría y temblaría su mundo.
Ella estaba encima de él cuando todo acabo, los escalofríos fueron lo más delicioso que habían experimentado en sus vidas. Pero estaban seguros que este era el inicio de una nueva era de felicidad. Habían huido y se sentían seguros, confiados que el mañana todo seguiría igual. Los cuerpos perfectos dormían ahora bajo el radiante sol que les quemaba la piel.
Era un día hermoso, una mañana hermosa, todo parecía exhalar felicidad, el cielo azul, las tranquilas olas del mar…todo parecía felicidad…
El hombre gordo salió de entre los arbustos, ridículamente vestido con traje y corbata, su rostro pálido estaba ahora enrojecido por la furia, no supo cómo ni por qué se contuvo y no salió antes, en sus manos llevaba una escopeta.  Pensó en el hermoso rostro de la mujer que ya nunca más sonreiría, pensó en sus firmes pechos que ya nunca volvería a tocar. Suspiro hondo, escupió en la arena, lo dudo una centésima de segundo, pero se decidió y casi sin saberlo les disparo en la cabeza. Dos disparos a cada uno tan rápido que ni siquiera pudieron reaccionar.
Luego se sentó en la blanca arena, observo el mar inmenso durante horas, sin poder pensar en nada. Ni siquiera lo hizo cuando se coloco la escopeta en la boca y apretó el gatillo.
 Fernando Betanco