martes, 15 de julio de 2014

El funeral



Como si fuera una película, la gente caminaba despacio, todos vestidos de negro, aquejumbrados, llorosos en su mayoría, hablando bajito. El cielo cubierto de nubes tristes, grises, una leve brisa caía mojando las estatuas de santos, los angelitos de piedra, las lapidas.

Yo los vi desde lejos, no pude evitar que el dolor creciera en mi pecho.
-¡Carlos! ¡Carlos! -gritaban las mujeres mayores.

-¡Carlos! ¡Carlos! - gritaba una señora trigueña, muy bajita, el malestar de su alma se podía ver desde lejos, revoloteaba a su alrededor, era un pájaro similar a un cuervo.

Me escondí por puro instinto, sabía que yo era el causante de todo esto. Aunque era inútil ocultarse, pues de nada me serviría esa maniobra.

Otras personas caminaban serenas, como si en realidad no pasara nada, algunos de ellos no sentían nada, otros en cambio poseían el más hondo de los pesares, miles de demonios bailaban sobre sus cabezas atormentándolos, hiriéndolos. Mientras otras personas que lloraban a lágrima tendida en realidad estaban huecas por dentro.

Pero en un momento y cuando ya todos estaban alrededor del ataúd, la señora trigueña no pudo más y se abalanzó sobre este y se quedó allí inmóvil. Después de un corto mensaje del pastor intentaron bajar el ataúd al fondo de la zanja. Pero la mujer seguía llorando y abrazaba firmemente aquella caja de madera. Varios hombres la tuvieron que apartar a base de ruegos y leves forcejeos. Al final comenzaron a echar las primeras paladas de tierra. En ese momento me sentí profundamente dolido, las personas rodeaban a la señora, trataban de consolarla.

-¡Carlos! ¡Carlos! - gritaba ella.

Cerré los ojos, mis lágrimas comenzaron a brotar, no sabía que podía hacer eso. 
Aunque mi camino se veía incierto, en ese momento no me sentí tan perdido.

-¡Carlos! ¡Carlos!

Abrí los ojos, empañados por mi llanto, iba a acercarme un poco más; pero no pude. Era el momento de irme. Empecé a ver todo borroso.

-¡Carlos! ¡Carlos! - continuaba gritando la señora.

Y desaparecí. Esa fue la última vez que escuche a mi madre decir mi nombre.


 Fernando Betanco