martes, 19 de febrero de 2013

La sangre en la pared




Lo asesiné, sí, lo asesiné, a sangre fría. Todavía recuerdo y me molesta ese brillo diabólico en sus ojos antes de ver el arma apuntándole en la frente. Entonces fui yo el que sonreí de esa manera, macabra infernal, disfruté cada fracción de segundo el ver su cara de angustia antes de jalar el gatillo.

No tuve ningún tipo de arrepentimiento, lo dejé tirado ahí y lo único que lamenté fue que su agonía no fuera más larga, pero remordimiento o algo así, no. Todavía está en mi memoria el humillante acoso del que fui víctima durante mis años en el colegio, sus bromas de mal gusto, sus abusos. Por eso será que caminé con cierta paz por las angostas y húmedas calles del centro de Tegucigalpa. Tenía la confianza de que esa muerte a diferencia de otras me iba a traer pocos problemas, ya que aquel cuerpo sin vida en su momento realizaba el mismo trabajo que yo, asesino a sueldo, y además de eso él tenía muchos enemigos de su época de estudiante que seguro aplaudirían mi acto de justicia del día de hoy.
Al haber dado algunos pasos y sin pensarlo ni saber por qué volví mi cabeza de lado y vi de reojo los pedazos de sesos y la sangre estrellados contra la pared.

El día era opaco y triste pero en mi interior crecía, ganaba terreno y se expandía como el big bang una dulce sensación de felicidad, de oscura felicidad. 

Fernando Betanco

Este relato y otros los puedes leer también en  Periódico Irreverentes en España

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