El vampiro lo perseguía
desde hacía horas por las solitarias y oscuras calles de la ciudad, sus pasos
chapoteaban en los charcos de agua putrefacta. Los edificios grises apenas
dejaban entrever su arquitectura gótica bajo la tibia luz de la luna. El joven
era preso de una angustia inconmensurable, nunca en su vida había tenido tan
cerca la conciencia de su muerte inminente. Desde siempre los vampiros buscaban
su sangre a la que consideraban exótica, un manjar de los reyes oscuros. Bordeo
la acera por la que caminaba y se metió a un callejón sucio y maloliente, se preparo su arma con base de balas de
ajo, sus manos le temblaban, algo que en otro momento podría haber hecho en 20
segundos lo hizo en 2 minutos, el sudor de su frente le caía a chorros y le
nublaba la vista. Desde niño su familia le habían enseñado a defenderse, a ser
independiente. No hubo nada más acertado pues toda su familia fue cazada en una
noche y él se quedo solo a los 12 años. Desde entonces vago por las calles,
alimentándose de ratas y de basura, yendo de una ciudad a otra, huyendo. Ocasionalmente
conseguía trabajo haciendo cualquier cosa pero no duraba mucho tiempo pues los
patrones se daban cuenta muy pronto que su llegada atraía el infortunio.
Maldecía su sangre, principal motivo de todas sus desgracias.
Las gotas de agua caían
sin cesar mojando sus manos y
empañándole los lentes, esperaba, los dientes le tiritaban, los tímpanos le
latían con fuerza, sostenía el arma y vigilaba a los lados que no lo fuera a
sorprender su enemigo. No supo cuándo una presencia diabólica apareció a sus
espaldas, entonces sintió con espanto y sin poder siquiera moverse que unos
dientes se clavaban en su cuello. Se despertó alarmado, desconcertado ¿quién
era él?, ¿dónde estaba? Miro a su alrededor y observo lo que parecía una sala
de enfermos vacía. Probablemente estaba enfermo, probablemente todo eso de los
vampiros era mentira, alucinaciones provocadas por su enfermedad. Todo era una
pesadilla, se dijo respirando aliviado. En eso una enfermera hermosa, se acerco
a él con una bandeja de alimentos y medicinas, la joven le guiño un ojo y le
susurro unas palabras al oído, pero la voz de la joven era gutural, extraña, entonces
fue cuando se dio cuenta del engaño y se horrorizo al despertar y ver que el
vampiro se deleitaba con las últimas gotas de su sangre, de su vida. Estaba en
aquel horrible callejón, con la lluvia cayéndoles a chorros, el vampiro lo
había anestesiado con la ponzoña de sus colmillos, por eso la pequeña tregua de
su delirio. En el último instante de vida tuvo tiempo para maldecir nuevamente
su sangre y su destino, ahora que sabía que su luz se apagaría por siempre.
Fernando Betanco