lunes, 21 de octubre de 2013

La maldición de la sangre


El vampiro lo perseguía desde hacía horas por las solitarias y oscuras calles de la ciudad, sus pasos chapoteaban en los charcos de agua putrefacta. Los edificios grises apenas dejaban entrever su arquitectura gótica bajo la tibia luz de la luna. El joven era preso de una angustia inconmensurable, nunca en su vida había tenido tan cerca la conciencia de su muerte inminente. Desde siempre los vampiros buscaban su sangre a la que consideraban exótica, un manjar de los reyes oscuros. Bordeo la acera por la que caminaba y se metió a un callejón  sucio y maloliente, se preparo su arma con base de balas de ajo, sus manos le temblaban, algo que en otro momento podría haber hecho en 20 segundos lo hizo en 2 minutos, el sudor de su frente le caía a chorros y le nublaba la vista. Desde niño su familia le habían enseñado a defenderse, a ser independiente. No hubo nada más acertado pues toda su familia fue cazada en una noche y él se quedo solo a los 12 años. Desde entonces vago por las calles, alimentándose de ratas y de basura, yendo de una ciudad a otra, huyendo. Ocasionalmente conseguía trabajo haciendo cualquier cosa pero no duraba mucho tiempo pues los patrones se daban cuenta muy pronto que su llegada atraía el infortunio. Maldecía su sangre, principal motivo de todas sus desgracias.


Las gotas de agua caían sin cesar  mojando sus manos y empañándole los lentes, esperaba, los dientes le tiritaban, los tímpanos le latían con fuerza, sostenía el arma y vigilaba a los lados que no lo fuera a sorprender su enemigo. No supo cuándo una presencia diabólica apareció a sus espaldas, entonces sintió con espanto y sin poder siquiera moverse que unos dientes se clavaban en su cuello. Se despertó alarmado, desconcertado ¿quién era él?, ¿dónde estaba? Miro a su alrededor y observo lo que parecía una sala de enfermos vacía. Probablemente estaba enfermo, probablemente todo eso de los vampiros era mentira, alucinaciones provocadas por su enfermedad. Todo era una pesadilla, se dijo respirando aliviado. En eso una enfermera hermosa, se acerco a él con una bandeja de alimentos y medicinas, la joven le guiño un ojo y le susurro unas palabras al oído, pero la voz de la joven era gutural, extraña, entonces fue cuando se dio cuenta del engaño y se horrorizo al despertar y ver que el vampiro se deleitaba con las últimas gotas de su sangre, de su vida. Estaba en aquel horrible callejón, con la lluvia cayéndoles a chorros, el vampiro lo había anestesiado con la ponzoña de sus colmillos, por eso la pequeña tregua de su delirio. En el último instante de vida tuvo tiempo para maldecir nuevamente su sangre y su destino, ahora que sabía que su luz se apagaría por siempre.


Fernando Betanco